El vino en la Nueva España fue, al principio, una urgencia logística. Fundamental para la liturgia, útil como alimento y rentable como mercancía, su transporte desde la Península era caro y poco fiable. Los toneles llegaban deteriorados, y su precio se multiplicaba en los primeros asentamientos.
Hernán Cortés, conquistador y administrador, vio claro que la solución no estaba en esperar barcos, sino en producir vino en tierra firme. Tras la toma de Tenochtitlán en 1521, ordenó a los colonos plantar vides europeas e injertarlas sobre cepas autóctonas. Aquella decisión técnica —aplicar el injerto a la vid en América— transformó el panorama agrícola de la región.
El vino en la Nueva España enfrentaba desafíos: un clima tropical, suelos nuevos y variedades poco adaptadas. Sin embargo, gracias a ese cruce entre conocimiento europeo y entorno americano, las primeras cosechas comenzaron a dar frutos útiles. El vino dejó de ser escaso y se convirtió en símbolo de alianza, fe y organización económica.
Cortés promovió también el trigo, el cacao y la ganadería, pero su impulso a la vid marcó el inicio de una industria duradera. A tres siglos de distancia, aquella técnica de injerto salvaría al viñedo europeo de la filoxera.
Con visión y determinación, Cortés no solo aseguró el suministro de una bebida, sino que sembró la base agrícola de un continente que haría del vino una seña de identidad cultural.
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Historias del vino – El empresario renacentista que impulsó el cultivo de vino en América