En 1936, el estallido del enfrentamiento fratricida dividió no solo al país sino también su viñedo. El vino en la Guerra Civil Española fue un bien estratégico, simbólico y emocional. Mientras el frente partía en dos las zonas vitivinícolas, la producción cayó un 20 % y el campo se transformó en un territorio de escasez, resistencia y adaptación.
En el bando republicano quedaron regiones como Priorat, Cariñena, Alicante o La Mancha, donde muchas bodegas fueron colectivizadas y gestionadas por comités de campesinos. En la zona sublevada, permanecieron bajo control privado las tierras que producían vinos como Jerez, Rioja o Ribera del Duero, aunque sin presencia sindical.
Pese a las condiciones extremas, el vino no desapareció. Se recurrió a variedades autóctonas resistentes y a técnicas tradicionales, como el almacenamiento en tinajas. En las trincheras, su consumo fue común: servía para combatir el frío, desinfectar heridas y mantener la moral. También funcionó como elemento de cohesión entre combatientes.
El vino en la Guerra Civil Española también fue protagonista en la propaganda. En el frente republicano, simbolizaba el arraigo a la tierra y la lucha obrera; en el nacional, se utilizó como emblema de victoria, con etiquetas como “Coñac Requeté” o “Vino Falange Española”.
En la retaguardia, la escasez agudizó el ingenio. Algunas bodegas urbanas desempeñaron un papel improvisado como refugio frente a los bombardeos aéreos y el mercado negro se convirtió en la vía habitual para conseguir vino, cuyo precio llegó a multiplicarse por diez.
Tras la contienda, el sector tardó décadas en recuperarse, pero lo hizo con una renovada conciencia de su valor patrimonial. Esta historia revela que el vino fue mucho más que una bebida: fue símbolo de supervivencia, identidad y contradicción.
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Historias del vino – La batalla del vino en la Guerra Civil Española